La ciudad de los contrastes, paredes adornadas con huecos de balas, los militares y los tanques en cada esquina, el caos del tráfico. Tiendas de diseñadores al lado de tarantín de shawarma, el musulmán que se pasea frente a la iglesia, la chica cubierta por el velo negro que sólo deja ver sus lentes, la champaña que corre por los locales nocturnos, los niños en la plaza juegan con pistolas y ametralladoras, el Mediterráneo silencioso y discreto pasa desapercibido, la panadería francesa atendida por Husseim, en el norte los cedros, en el Sur la frontera rodeada por la Naciones Unidas. Las cornetas que nunca callan, el taxi que insiste en llevarte, el café turco fuerte y amargo en cuya borra puede estar tu futuro, en una esquina se habla inglés, del otro lado francés, letra árabes en los letreros, campos de refugiados olvidados, el centro de la ciudad como burbuja de fantasía, banderas que se enarbolan con gritos de libertad, ojos adornados por pobladas cejas, miradas profundas, ojos curiosos que te hurgan, te descubren y te preguntan. Así es Beirut.
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