martes, 23 de junio de 2009

El sonido de la guerra


Soñé con la guerra, soñé con ella y la viví en mi sueño, si bien dicen que los sueños son reales, este superó todo pronóstico, los sonidos de la guerra son tan fuertes que son capaces de mover hasta la membrana más pequeña. Yo estaba allí en el medio de aquel bombardeo sin saber que hacer, inexperta ante la situación, correr pero ¿a donde? Gritar ¿a quien?

Los sonidos trastornaron mi mente, las bombas que caían destrozaban todo a su paso. Los sonidos de la guerra en mi sueño fueron fuertes, los gritos se ahogaban ante tanta confusión.

Mientras yo soñaba había otras personas que anhelaban despertar. Diciembre 2008, me encontraba en Beirut, geográficamente cerca, pero a la vez estaba lejos, no eran las horas lo que importaban, había muchas otras cosas que me alejaban de ese lugar, el idioma, la inexperiencia, el dinero, el peligro, el miedo, sí el miedo.

Las noticias sumaban y sumaban muertos, los canales de televisión mundiales no hablaban más que del conflicto: palestinos contra israelíes, israelíes contra palestinos, un enfrentamiento, un ataque, una guerra, violencia, heridos, muertos, destrucción, armas, bombas, confusión, hambre, necesidad, frío, pérdidas, gritos, llanto.

Así empezó el 2009, manchado de sangre.
No fue que mi sueño se volvió realidad, sucedió que yo quise convertir la realidad en un simple sueño.

Avión de salida


Yo simplemente me fui, persiguiéndome a mí, a mis ideas, y aunque con muchos sueños empecé a pisar suelo, empezó a faltar el dinero, el frió se fue acentuando y la soledad se acompañó con la chaqueta, me fui llorando y terminé cantando, si las cosas pasan por algo yo pasaré también por ellas. Me fui con la idea de escribir y a meses de mi despedida es cuando lo estoy haciendo, por aquello de las excusas, del tiempo, porque aquí en el Medio Oriente en pleno mes de enero a las 4 ya oscurece, porque la bohemia se vive de otra manera, porque aquí simplemente son otros temas.
Entre tantas religiones, costumbres, idiomas, el alma se me enreda, pero no deja de estar contenta, ante la aventura, ante el día a día y lo que él ofrece, el autobús, la señora con el velo que me mira mientras yo la miro a ella, esos ojos curiosos que no dejan de perseguirme e impactarme, esos verdes atrapados entre negras cejas, sin dejar de lado las sonrisas que se quedan mudas ante la incomprensión que no logra dar respuesta. La peor arma la critica, pero que hacemos sin ella.
Me vine y en esos días estalló la guerra y yo quería acercarme hacerme presente, ser testigo, por aquello del morbo seguido de la indignación, ¿qué puedo hacer? Me he preguntado entonces decidí cargar mi fusil y empecé a disparar palabras, mis pensamientos acumulados me exigieron sentarme aquí releerme y empezar, empezar a contar muertos, siento todo desde más de cerca con mis oídos puedo ver, con mis ojos tocar, ¿entender? Pero es que no hay nada que entender, sigo contando los muertos, sigo viendo como un misil va acabando con todo, pero sobre todo con todos, con aquellos que no contarán más su historia, con los niños que no crecerán, abandonando su cometa para no despegar jamás.
Para mí todo es muy simple vivimos en un mundo en el que la historia se resume en guerra, no hay mas que hablar, actuar sería una gran salida. Dejemos atrás las banderas, empecemos por nosotros mismos por el de al lado, por eliminar las fronteras, por abrir caminos, pero sobre todo pienso que debemos abrirnos nosotros a las diferencias, a los contrastes, a los distintos pensamientos, si sólo dejáramos de juzgar y de creer que mientras mas parecidos, mejores seremos, la globalización no es la solución.
En este mundo aún plural en el que nos falta mucho por descubrir, hablo por mí, me parece todo más interesante y sin sentido, por eso estoy aquí contagiada por el virus del descubrimiento sin ningún interés colonizador, haciendo de espectadora pero a la vez un minúsculo personaje dentro de esta historia.
¿Qué cuando acaba? Cuando se acabe el petróleo, cuando todos alabemos al mismo Dios, o cuando nos acabemos todos, los unos a los otros. Pero mientras queden manos, bocas y ojos las historias se seguirán escribiendo, hasta el punto que ellas mismas se contarán solas.

domingo, 14 de junio de 2009

La ciudad de los contrastes


La ciudad de los contrastes, paredes adornadas con huecos de balas, los militares y los tanques en cada esquina, el caos del tráfico. Tiendas de diseñadores al lado de tarantín de shawarma, el musulmán que se pasea frente a la iglesia, la chica cubierta por el velo negro que sólo deja ver sus lentes, la champaña que corre por los locales nocturnos, los niños en la plaza juegan con pistolas y ametralladoras, el Mediterráneo silencioso y discreto pasa desapercibido, la panadería francesa atendida por Husseim, en el norte los cedros, en el Sur la frontera rodeada por la Naciones Unidas. Las cornetas que nunca callan, el taxi que insiste en llevarte, el café turco fuerte y amargo en cuya borra puede estar tu futuro, en una esquina se habla inglés, del otro lado francés, letra árabes en los letreros, campos de refugiados olvidados, el centro de la ciudad como burbuja de fantasía, banderas que se enarbolan con gritos de libertad, ojos adornados por pobladas cejas, miradas profundas, ojos curiosos que te hurgan, te descubren y te preguntan. Así es Beirut.

Una razón para viajar a Oriente


Atraída por el mundo árabe, desde temprana edad no lograba descifrar ni responder a los porqués y a tantas otras interrogantes que pudiesen dar sentido a esta afinidad que no goza de ningún tipo de relación consanguínea o geográfica.

Fue hasta hace menos de un año que logré descubrir una razón, en el 2007 tuve llegar hasta El Líbano , atravesar Siria, pasar por Jordania y luego volar a Egipto. Fue durante este recorrido donde logré descifrar que lo que antes había sido una simple atracción ahora se había convertido en una pasión, pasión por un mundo desconocido y totalmente distinto al mío.

El viaje estaba enmarcado bajo la premisa de “viaje de placer” pero como diría Ryszard Kapuscinski hay muchas maneras de viajar, se puede viajar desde el alma, una visión muy romántica, pero existen también los viajes de reposo, de trabajo, por necesidad, el viaje de reportero, entre otros.

Me aferré a este última clasificación asumí mi rol de reportera y me metí tanto en el papel escudada por mi profesión de periodista que de repente estuve tan interesada en aquel mundo, que no me sorprendió verme comiendo como ellos, bailando como ellos, conversando con ellos, visitando sus templos, sus mercados, caminando por sus calles, excluyendo en todo momento las curiosidades y destinos turísticos.

Los taxistas fueron la fuente de información más completa, a pesar de nuestras diferencias culturales y limitaciones de lenguaje sirvieron de gran ayuda en el entendimiento y la comprensión de la sociedad, la política, la religión y las costumbres.

Tuve la oportunidad de sumergirme en la sociedad libanesa de la mano de de dos amigas locales, quienes contribuyeron a que el viaje fuese más placentero, cada vez más alejado del turismo convencional y sobre todo enriquecedor en el sentido que pude notar y extraer información de situaciones tan normales como ir a comprar el pan o echar gasolina.

Me topé con un Líbano sin presidente, con el reino seguro de Jordania, con una Siria socialista, y con un Egipto sobrepoblado circundado por una de las maravillas del mundo. A medida que me iba a adentrando en estos países mi curiosidad aumentaba conjuntamente con las ganas de dirigirme a nuevos destinos. Desde la orilla del Mar Muerto del lado de Jordania pude visualizar a lo lejos Israel y Palestina, pero contaba con escasos 18 días, un presupuesto estudiantil, sumado a esto las restricciones políticas, los conflictos entre países vecinos y las visas lo que hacía imposible acceder a esos lugares, pese a que las ganas continuaron efervescentes.
Mientras más conocemos el mundo más nos damos cuenta de su inmensidad, de su riqueza cultural, su diversidad pero sobre todo de que falta mucho por recorrer, que nunca será suficiente pues un destino nos remitirá a otro y así sucesivamente.