Siempre me digo a mi misma y me repito que no hay mejor momento para escribir que cuando suceden las cosas, pues está todo más fresco. Ya que no es lo mismo describir sensaciones ya pasadas pues la racionalidad y los sentimientos ya no hacen parte del relato, sin embargo Kapuscinski sostiene la teoría de que hay primero que observar, vivir y ser participe para luego escribir, entonces así lo que permanezca en la memoria será lo más importantes y lo que realmente posee un valor.
Sin querer queriendo escribí esta historia luego de vivirla. Todo comenzó con la búsqueda de vivienda en Beirut, las primeras semanas nos dio alojo la familia Ablan López, nuestra familia amiga que nos acogió y ayudó mucho durante nuestra estadía en el Líbano.
Como la idea de mi compañera de viaje Esther María y mía era la de quedarnos a vivir allá, era importante encontrar un lugar donde establecernos. Tocamos infinidad de puertas, pateamos calles, nos mojamos, nos perdimos, preguntamos a conocidos y desconocidos. Paralelamente utilizábamos como herramienta el periódico AL WASID allí publicaban información de apartamentos en alquiler, ventas. El periódico salía todo los lunes en la mañana y volaba como pan caliente. En algunos casos nos topabamos con direcciones escritas en árabe por lo que teníamos que recurrir a la ayuda de algún local que nos sirviese de traductor.
Pasaron varias semanas hacíamos llamadas y ya el martes muchos sitios estaban alquilados, o mejor aún llegábamos al lugar y justo 5 minutos antes la persona ya había alquilado el apartamento. Tuvimos varias decepciones.
Hasta que caímos en manos de Madame Marie en De kawne quien alquilaba habitaciones en un apartamento en donde vivían puras mujeres, ella decía que eran estudiantes, pero una vez allí descubrimos varios personajes, cada quien tenía su mundo detrás de la puerta, nuestra vidas giraban entorno a un cuarto con dos camas individuales, una mesa multiuso, y una ventana que daba a una pared. Allí dormíamos, comíamos, veíamos películas, estudiábamos, etc.
Bastó un mes para disfrutar de los alrededores, correr entre los carros, cantar al son de los pitos, ír al mercado de los corotos los domingos, conocer al frutero, a la cajera del mercado, la Sra. de la floristería y a sus gatos.
De allí nos mudamos a una residencia cristiana de chicas, un dormitorio tipo americano pero al mejor estilo árabe, ubicado en la zona de Achrafieh, zona céntrica y chic de la ciudad Fue Madame Elena quien con crucifijo en el pecho nos acogió y se encargó de cantarnos con su ingles afrancesado las reglas del lugar: estaban prohibidas las visitas masculinas fuera de áreas comunes, las puertas de entrada se cerraban todas las noches a las 11:00 pm. Allí sabían cuando entrábamos y salíamos, cuando hacíamos ejercicios, si dormíamos allí o no, que cocinábamos. Estuvimos cómodas, pero como reza el dicho la libertad no tiene precio, fue suficiente quedarnos afuera hora y media durante la madrugada pasando frío frente a la puerta del “foyer”como para decidir que era hora de mudarnos.
Como todo lo bueno se hace esperar a través de unos amigos, logramos mudarnos a la calle principal y más transitada de Beirut. Vivíamos en Genmayze y podíamos caminar a todos lados, incluyendo los bares y restaurantes más populares de la ciudad.
Nos mudamos a un trailer que quedaba en el techo de un edificio y disponíamos de un sólo ambiente, sala, cocina, baño, cama y una ventana con vista al mediterráneo que valía por todo lo demás. Nuestros vecinos eran nuestros amigos, el conserje del edificio el Sr. Ibrahim, era como un abuelo. Él insistía en hablarnos en árabe fluidamente como a cualquier otra persona local.
Allí pasó otro mes, pero como todo tiene un principio esta historia llegó a su final, pues de aquí me mude para siempre fuera de Beirut. Los porques en la siguiente entrada.
Sin querer queriendo escribí esta historia luego de vivirla. Todo comenzó con la búsqueda de vivienda en Beirut, las primeras semanas nos dio alojo la familia Ablan López, nuestra familia amiga que nos acogió y ayudó mucho durante nuestra estadía en el Líbano.
Como la idea de mi compañera de viaje Esther María y mía era la de quedarnos a vivir allá, era importante encontrar un lugar donde establecernos. Tocamos infinidad de puertas, pateamos calles, nos mojamos, nos perdimos, preguntamos a conocidos y desconocidos. Paralelamente utilizábamos como herramienta el periódico AL WASID allí publicaban información de apartamentos en alquiler, ventas. El periódico salía todo los lunes en la mañana y volaba como pan caliente. En algunos casos nos topabamos con direcciones escritas en árabe por lo que teníamos que recurrir a la ayuda de algún local que nos sirviese de traductor.
Pasaron varias semanas hacíamos llamadas y ya el martes muchos sitios estaban alquilados, o mejor aún llegábamos al lugar y justo 5 minutos antes la persona ya había alquilado el apartamento. Tuvimos varias decepciones.
Hasta que caímos en manos de Madame Marie en De kawne quien alquilaba habitaciones en un apartamento en donde vivían puras mujeres, ella decía que eran estudiantes, pero una vez allí descubrimos varios personajes, cada quien tenía su mundo detrás de la puerta, nuestra vidas giraban entorno a un cuarto con dos camas individuales, una mesa multiuso, y una ventana que daba a una pared. Allí dormíamos, comíamos, veíamos películas, estudiábamos, etc.
Bastó un mes para disfrutar de los alrededores, correr entre los carros, cantar al son de los pitos, ír al mercado de los corotos los domingos, conocer al frutero, a la cajera del mercado, la Sra. de la floristería y a sus gatos.
De allí nos mudamos a una residencia cristiana de chicas, un dormitorio tipo americano pero al mejor estilo árabe, ubicado en la zona de Achrafieh, zona céntrica y chic de la ciudad Fue Madame Elena quien con crucifijo en el pecho nos acogió y se encargó de cantarnos con su ingles afrancesado las reglas del lugar: estaban prohibidas las visitas masculinas fuera de áreas comunes, las puertas de entrada se cerraban todas las noches a las 11:00 pm. Allí sabían cuando entrábamos y salíamos, cuando hacíamos ejercicios, si dormíamos allí o no, que cocinábamos. Estuvimos cómodas, pero como reza el dicho la libertad no tiene precio, fue suficiente quedarnos afuera hora y media durante la madrugada pasando frío frente a la puerta del “foyer”como para decidir que era hora de mudarnos.
Como todo lo bueno se hace esperar a través de unos amigos, logramos mudarnos a la calle principal y más transitada de Beirut. Vivíamos en Genmayze y podíamos caminar a todos lados, incluyendo los bares y restaurantes más populares de la ciudad.
Nos mudamos a un trailer que quedaba en el techo de un edificio y disponíamos de un sólo ambiente, sala, cocina, baño, cama y una ventana con vista al mediterráneo que valía por todo lo demás. Nuestros vecinos eran nuestros amigos, el conserje del edificio el Sr. Ibrahim, era como un abuelo. Él insistía en hablarnos en árabe fluidamente como a cualquier otra persona local.
Allí pasó otro mes, pero como todo tiene un principio esta historia llegó a su final, pues de aquí me mude para siempre fuera de Beirut. Los porques en la siguiente entrada.
 

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